DE DERECHOS, PUEBLO Y FANGO. Día 10 de diciembre

Cada año, me fijo en el tema que escoge Naciones Unidas para sensibilizar, o llamar la atención, sobre el día 10 de diciembre, en que se conmemora la Declaración Universal de Derechos Humanos. El lema que guía la campaña de 2024 es Nuestros derechos, nuestro futuro ¡Ya!  Con la intención de “hacer un llamamiento a reconocer la importancia y relevancia de los derechos humanos en nuestra vida cotidiana”.

Desvistamos nuestras vidas cotidianas de derechos, ¿qué nos queda? Si nos quitamos el derecho a la salud, a la educación, a la integridad física, a la vida, a la libertad…Sin su abrigo nos quedamos en nada, a la intemperie, sin dignidad. Precisamente nuestra inherente condición como seres humanos.

Sin embargo, vagamos por la vida desprovistas, desprovistos, de muchos de nuestros derechos. La obligación de que nada nos falte; de que toda la gente tengamos techo, comida, asistencia sanitaria, trabajo, igualdad, familia, libertad de creencias y de expresión; es del Estado, organizado como elijamos por mayoría. Esa facultad de elegir a quienes nos deben garantizar nuestros derechos, no es otorgar carta blanca para que, arbitrariamente y al azar, nos sean repartidos, como regalos en una rifa.

Una frase que ha retumbado en nuestros oídos, desde el 29 de octubre, es “sólo el pueblo salva al pueblo”, repetida hasta la saciedad en cada medio de comunicación, en cada red social, en cada tertulia. Una máxima que no puede ser más contradictoria en un Estado democrático, con un sistema que debe garantizar siempre, en cada momento, a todas las personas, todos los derechos. Y que nos está dañando profundamente, tirando piedras a nuestro tejado.

El pueblo como tal tenemos deberes, claro está, somos sociedad y debemos ayudarnos y protegernos. Bien está que echemos una mano, que nos metamos hasta el cuello en el fango para socorrer. Pero hasta ahí. No seamos pueriles, en primer lugar, porque cada una de nosotras, cada uno, tenemos nuestras prioridades, nuestros prejuicios, nuestras limitaciones. Serán las y los profesionales sanitarios quienes deberán recomponer nuestros cuerpos, por mucho que agarremos un lado de la camilla. Son los bomberos quienes deben asegurar nuestros tejados, achicar las aguas turbias. Son los y las profesionales de la psicología quienes comiencen a restañar las heridas del dolor, aunque nuestro abrazo se mantenga firme al lado de la vecina.

Por eso formamos Estados, por esos construimos sociedades. Para sostener nuestros derechos. Para resguardarnos de la intemperie.

El pueblo organizado, salvamos al pueblo. Sí. Porque eso somos las organizaciones del Tercer Sector, la “sociedad civil” (el pueblo) constituida en asociaciones, fundaciones, ong´s; legalmente conformadas y de carácter altruista.  Entidades altamente formadas, con profesionales cualificados y con un compromiso que va más allá de 8 a 3. Con los pies en la realidad, con las manos en el tajo y aguantando el tipo para mantener la cabeza fría y dar la mejor respuesta.

Sin embargo, nuestros “chiringuitos” soportan el maltrato, el ninguneo, de quienes tienen la responsabilidad y el mandato constitucional. Nuestros “chiringuitos” están al lado de las personas dependientes que el Estado no atiende, de la juventud vulnerable, de los niños y niñas con necesidades, de las personas con enfermedad mental.

Nuestros “chiringuitos” son esas tiendas de campaña que ven en las guerras, esas de colores (sobre todo de rojo) que están curando, salvando vidas. También son esas escuelas para niñas en lo más remoto del mundo. La cooperación con personas que están sin resguardo, sin cobertura alguna. Con los que no tienen el techo, ni el pan, ni la salud, con “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.” Que decía Galeano.

Somos un bien de primera necesidad. Si caemos, si el Tercer Sector cae, el Estado se hunde, el mundo a la deriva.  Imagínense una huelga de nuestro Sector. Señoras y señores responsables, ¿estaría la cosa bien jodida, ¿verdad?

No gastamos el dinero público en naderías. Rendimos cuentas escrupulosamente y justificamos hasta el último céntimo. Pero no comulgamos con ruedas de molino e identificamos muy bien, a quienes desde su pedestal “reparten” los dineros como si fueran sus prebendas. Ajenos y ajenas a la realidad que deberían conocer, si metieran los pies en el fango.

La próxima vez que hablen con alguien del Tercer Sector, pregúntele por su día a día.  Y, dígale, a cara descubierta, “prepárate unas oposiciones”, como única respuesta.

Las más de 28.000 entidades que conformamos el Tercer Sector, somos el pueblo salvando al pueblo, en todos los pueblos del mundo; todos los días del año. Con sus noches. En ellas trabajamos más del 3% de la fuerza laboral del país, representamos el 1,4% del PIB.

Y estamos produciendo justicia social. Un respeto.     

     Flor Fondón Salomón Presidenta de Adhex (Asociación Derechos Humanos y de las Mujeres de Extremadura).